El paisaje presente es la
epifanía, la revelación de nuestro purgatorio económico, político y
existencial.
Deambula
uno por las afueras de la ciudad al atardecer y ese paisaje animal y vegetal apenas
atendido comienza a manifestar su indignación. Como si no tuviera otro deseo
que ponerse al alcance de nuestras manos, como si quisiera habitarnos. He ahí
un abeto con los brazos extendidos reclamando un antídoto contra su agudísima
ansiedad. Los últimos rayos del sol se quedan abrazándole y dejan colgado de su
cabeza: “Ha llegado la hora de rebelarte.” Un trío de castaños de Indias nos
saluda con su aroma a primavera exacerbada, y nos pregunta: “¿Cuándo cesará
esta venenosa epidemia?” Las ramas irritadas de los chopos que invaden el río, las
zarzamoras y esas manadas de patos delirantes, los mirlos y las palomas neurasténicas
y esos caballos iracundos sobre la colina encendida...
El
atardecer es lento y no hay como adentrarse en este ambulatorio de vegetales y
animales aturdidos para despojarse de la melancolía urbana que nos atenaza. Se
diría que todo ese paisaje ha alcanzado el paroxismo de la indignación. Y que
estaría dispuesto a transgredir los límites de la legalidad para instalar la
verdad de su primavera natural. Los cerezos, las vides con sus pámpanos, las
flores de los manzanos... afloran su excitación con la elocuencia impecable de
los resistentes. Porque no temen emprender una movilización contra el mundo de
muerte que les amenaza.
Y
tú en cambio sigues ahí clavado ante el televisor. Como un paisaje sedado por
la teoría de las deudas y los sacrificios colectivos. Y eso que de vez en
cuando tu corazón se tambalea, se siente atraído por el vértigo y la magia de
la transformación social. He ahí un hombre de tu edad arrojando contra el muro
palabras como antorchas. Y te estremeces. He ahí a otro hombre lanzando con
autoridad de gurú economista mentiras como escupitajos. Y entonces la
estupefacción te hace gritar: “¡No, no es el lenguaje que esperaba!” Pero
permaneces anclado frente a la pantalla de la razón política actual, viajando
en el tiempo al ritmo de las grandes depresiones económicas. Como si no
quisieras enterarte de que este paisaje primaveral que nos rodea está sufriendo
una tremenda convulsión. Como si toda esta perturbación política no fuera más
que un texto literario.
¿Y
si tu presente y ese paisaje de ahí fuera estuviesen a punto de saltar por los
aires?
¿Bonito día, verdad? Lo
siento si te has irritado ante el mundo que ha ido naciendo en tu mente con las
oraciones que aquí he transcrito. Pero pensaba al escribirlas en todos
nosotros, en la aventura de ese tremendo mañana que nos espera.
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