FÁBULA DE MAYO


  
            Mayo es también el relato de una osa enloquecida que desde las cumbres del hambre desciende con sus crías en la noche sobre nuestras colmenas y amapolas. Y deja entonces un punzante olor a pánico, a caos, a destrucción. Nos asaltó esa imagen el otro día frente a los muros en ruinas del castillo de Sarracín. Elegimos a veces las alturas para saber dónde estamos realmente, para asomarnos a nuestros sueños colectivos, y desde ellos hablar de nuestra historia y de lo porvenir.


        Desde el cerro del castillo vislumbrábamos la osa con sus dos crías, allá en el pórtico de su gruta milenaria. Y oíamos asustados sus bramidos mientras ejecutaban su danza ritual antes de correr montaña abajo sobre las jaras y las alas de las abejas. Comprendimos entonces la alucinación de los osos, su hambre y su barbarie. Y que también podíamos convertirnos en sus víctimas. ¿De qué sirve a las presas permanecer firmes frente a los cazadores? O se les espera empuñando un arma mortífera, resistiendo sus feroces ataques, o en la sensatez de la retirada reside la salvación. ¿De qué sirve, pues, sentirse o quedarse indignado frente a un oso con las manos en alto?


     Pero dejaron de bramar y posamos los ojos sobre los regueros de amapolas que alrededor del castillo habían estallado. No parecían regueros de sangre todavía. Habían brotado a borbotones y Jules Renard hubiera dicho: “Su espada es una espiga y emergen como ejército de soldados.” De repente nos percatamos de que aquella osa y sus dos crías habían abandonado su cuartel. Y fue entonces cuando Mahmud Darwix nos salió al encuentro para recordarnos que a la amapola los antiguos palestinos la llamaban “herida del enamorado”. Le dimos las gracias y nos quedamos un buen rato pasando revista a ese ejército de soldados que lucían un rojo tan hermoso. Inofensivas amapolas que no tardarían en ser trituradas por las patas de aquellos plantígrados insaciables.


   Se acercaba ya la noche y antes de descender contemplamos por última vez las ruinas monstruosas, espectrales, del castillo de Sarracín. Inútilmente vigilaban los restos de sus almenas el cárdeno horizonte. Su extravagante figura nos conmovía. También vosotros hubierais sentido gran pena al dejarlo allí abandonado de la mano del Diablo. Y tuvimos el presentimiento de que esa misma noche sus muros se desmoronarían... 

      ¿Qué significado está sembrando todo esto?, os estaréis preguntando. ¿Serán las señales de una larga y cruenta batalla que se está gestando dentro de los muros de nuestras ruinas?


      Y ya estábamos entrando en la aldea cuando oímos un bramido descomunal: la osa y sus dos crías descendían corriendo monte abajo sobre las jaras y las alas de las abejas...

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