MATANDO JUDÍOS


      Me encuentro con Morlito en un bar del barrio, nos abrazamos, él lleva ya dos horas matando judíos. Le han dejado salir estos días del centro de rehabilitación mental. Morlito, inofensivo como un diablo de alquitrán. 

       -Mientras llueve y no llueve, por aquí rondaré esta Semana Santa.

      Y me invita a matar un judío. Su rostro barbado, sus ojos de ave rapaz, su flaca anatomía, ay Morlito, podrían confundirte con el bandido Barrabás. Me enseña la fotografía de una procesión de papones que viene en el periódico y me dispara a bocajarro: 

        -¿Y tú, teacher, de qué Cristo eres: del Cristo del Perdón, o del Cristo del Gran Poder?


         Del Cristo del Desenclavo, Morlito. Sigue siendo muy alta la temperatura de tu cerebro. Como si Dios no se cansara de azotar tu corazón.
     Y nos enredamos hablando de las ceremonias que están celebrando esta semana los católicos. 

     -Yo, a veces, creo que siento a Cristo en mis entrañas. 

  Morlito, preso entre las sombras de su conciencia atormentada allá en una villa de la provincia de Orense. Un día le entraron dos papagayos por la frente y ahí le siguen flagelando los sesos. Las últimas palabras que dijo Cristo antes de morir se las sabe de memoria: 

    -Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Y las dijo en arameo. 

   Porque Morlito fue monaguillo antes que agnóstico. Y mientras matamos otro judío vamos recordando algunas imágenes y figuras de la Pasión: Cristo con la cruz a cuestas por las calles de Jerusalén, el costado de Cristo traspasado por la lanza de Longinos, las manos de Cristo taladradas... La religión del dolor y el sufrimiento, Morlito. 

     -La noche del Sábado Santo salíamos por el pueblo tocando la carraca... ¿Cómo te imaginas tú la resurrección de Cristo?

    Y se interesa entonces por el libro que he dejado sobre la barra, una miscelánea de aforismos y poemas escabrosos. Lo abre, lo ojea con ansiedad de lector malherido, y al fin deja caer sus ojillos sobre El error de Cristo, y en voz alta lee: “El fundador del cristianismo opinaba que nada hacía sufrir tanto a los hombres como sus pecados. Este fue su error, el error de quien se sentía a sí mismo sin pecado y a quien le faltaba esta experiencia... Los cristianos han sabido posteriormente dar la razón a su maestro y santificar su error como verdad.” Es una sentencia de Nietzsche, y ya se sabe que este filósofo estaba loco. 

     -¿Matamos otro judío, teacher?


     Morlito y su soledad de águila imperial en las cumbres. Irrumpe entonces en el bar un enorme gato negro y se nos queda mirando. Morlito tiembla como un trapo tendido frente al viento y se agacha y le dice al gato: 

   -Sopas de ajo en Budapest, perla del Danubio. 

Nos echamos a reír los tres y coreamos el verso del maldito:

        -¡Apiádate, oh Satán, de nuestra larga miseria!

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