Recordad ese poema de Bukowski titulado Cisne de primavera: “Los cisnes mueren también en primavera/ y ahí estaba flotando/muerto en un domingo/ de lado/ girando en la corriente/ y me acerqué a la rotonda/ y en lo alto/ dioses y carros/ perros, mujeres/ giraban,/ y la muerte/ me corría por la garganta/como un ratón/ y oí que llegaba gente/con sus bolsas de picnic/ y su risa,/ y me sentí culpable/por el cisne...”
Y es que he oído decir que últimamente están desapareciendo cisnes y patos de esos parques donde juegan los niños y algunos de vosotros pasáis las tardes. He oído contar que hay diablos hambrientos que se aparecen por las noches y los encantan y los adormecen y al fin vuelan... ¿Será cierto este cuento?
Una ciudad es un poema lleno de cisnes vulnerables y lisiados y lluvia que envenena. Una ciudad es un poema atravesado de hombres enloquecidos que se acercan a los estanques de los parques para sofocar el hambre. Y es también una noche tras noche en que aparece un hombre de unos cuarenta años sumergiéndose en los contenedores de basura de mi barrio.
Salí a dar un paseo y ahí estaba, tocado con boina escocesa, chaqueta de panilla y pantalones de mahón, sacando del contenedor todo tipo de desechos: frutas, trapos, verduras, banquetas, latas de conservas... Olía a güisqui. Y no sentía vergüenza, me dijo. Llegué a pensar que el tipo traficaba con todas esas basuras. Le ofrecí un cigarrillo y pude establecer una charla con él durante un par de minutos. No me siento mal rodeado de toda esta putrefacción, me dijo muy orgulloso este guerrillero de la noche. Y me despedí de él con pena de no haberle sonsacado algunos pensamientos más íntimos. Lo último que llegó a decirme fue “¡¡Mierda!!”.
Me hubiera gustado hablarle de esos otros guerrilleros que quieren hacer de la ciudad un espacio más bello, de esos guerrilleros de jardín conocidos mundialmente como ‘guerrilla gardening’, activistas enamorados de los frutos ‘incorruptos’ del campo que en la oscuridad de la noche labran esos espacios olvidados donde crece el césped urbanícola para convertirlos en jardines donde han de brotar tomates, lechugas, repollos, flores... Imaginad los bancales de esas calles y avenidas donde habitáis transformados en huertos fecundos de verduras y hortalizas y jazmines y grosellas. ¿Cuidaríais de esas plantas? Es el anhelo de la apacible vida rural, de los tiempos verbales conjugados en agua y abono de animal y surcos libres de impurezas... ¡Ah la ciudad traspasada de la nostalgia de la aldea perdida, de la rústica mitología primordial!
La próxima noche que lo vea hurgando en los contenedores le recitaré entero a ese guerrillero el poema de Bukowski.
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