Estos días crudos de enero, como zapatos rotos, como cebollas congeladas, en qué espejo mirarnos.
No te ocupes de la economía, déjalo, te dicen. Y la certidumbre de que nos están envenenando la esperanza. Hay gente que se guarece en los portales y comprende entonces. Pero difícil enunciar oraciones solidarias a la hora del café. Difícil no deformar los nombres que se columpian en la opulencia, no ladrar ramas secas de rabia contra Dios y todos sus santísimos heraldos. Como si en cada pedazo de carne se agitara la bandera de la ruina.
A veces hasta nos parece miserable el cuarto en que suenan nuestras músicas más íntimas. Días de infamia y hedores de injusticia estamos padeciendo bajo el frío. ¡Cuidado con aquello que amamos porque podrían envilecerlo! Y es una pena que la poesía ya no sea un arma cargada de presente.
Días de enero loco y desnudo de fantasías nevadas. Desde el lenguaje del poder esta forma atropellada de expresar parecerá absurda, este decir ‘la tienda está llorando, el bar está llorando, el mirlo está llorando...’ No se resuelve nada echándoles la culpa a las sucias palomas. Y no confundamos la literatura con esas palabras que transcriben tiernas nostalgias o rancias melancolías. ¡A la puta mierda la melancolía!
No podemos quedarnos quietos, con los brazos caídos. Encuentras amigos a los que hace tiempo no veías y les preguntas cómo les va la vida y te responden: “No me encuentro bien”. Y no les duele nada en concreto, ni siquiera el corazón, y aseguran que comen y duermen bien, que siguen bebiendo lo normal, que incluso trasnochan de vez en cuando. No, no es que se encuentren mal: ¡es que no se encuentran bien! Y lo único que te atreves a decirles es que no podemos permitir que nos revienten la luz estas jodidas sombras de enero. Pero ellos son también nuestro espejo: para vernos tenemos que mirarlos.
Y es cierto que conviene a veces alejarnos de aquí para ver todo eso un poco más claro. Estar en esta ciudad como si estuviéramos en París sentados en la terraza del Café de Flore, y observar profundamente a ese marroquí que se acerca hasta tu mesa y te ofrece un flexo por ocho euros y de mil amores le entregas los ocho euros porque te has sentido su semejante, su amigo.
Y llevar luego esa lámpara en la mano por todas las calles de la economía y el poder corruptos y que no deje de alumbrarnos nunca.
Me encontré ayer con el Peta, tomamos una cerveza y al despedirnos me dijo: “No es que no me encuentre bien. ¡Es que estoy hecho polvo, tío!”
Días negrísimos de enero, y esa jaula hospital donde pretenden ingresarnos. Tal vez para que olvidemos que toda la belleza del mundo se halla aquí, que sigue ahí fuera toda la belleza que heredamos.
y si con la escritura pudieramos cambiar el mundo, qué lindo
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