ELOGIO DE LA CASTAÑA



       Escribo bajo la perspectiva de un horizonte en llamas: llevamos varios días masticando pavesas, más de tres noches los bosques del Noroeste ladrando cadáveres de bosque. Oh duendes del Bierzo Perdido. Se está yendo a pique otro magnífico crepúsculo atlántico. Y cerrar entonces una ventana constituye una auténtica delicia. Pero más allá de las fogatas y esos cementerios aún están los fantásticos castaños iluminando las florestas.

           
            La castaña en sazón es un asunto otoñal, como la seta, la melancolía y el bosque en llamas. Las castañas eran un manjar eminentemente funerario: estaban íntimamente relacionadas con la conmemoración de nuestros fieles difuntos: maduraban las castañas cuando en el calendario celta los muertos se mezclaban con los vivos en feliz resurrección. La síntesis difuntos-castaña es ya proverbial, romántica, poética.


           En el ritual de los magostos coreamos las canciones últimas del bosque.

        La castaña es cátara, subversiva, anticlerical, un poco masónica, antinacionalista y muy republicana. Me refiero, naturalmente, a la castaña berciana, distinta en sus coloraciones y matices de las castañas que se dan en la Bretaña de Merlín o en el País de Gales, dos países tan gaiteros y mineros como esta República de Almendros. ¿Ante qué divinidad guerrera asaban nuestros antepasados en corro las castañas? Eran las hostias sacramentales que los últimos druidas elevaban al cielo del anochecer para implorar la misericordia de sus dioses: la eucaristía del fruto más pobre de los pobres que vivían de los bosques bajo el látigo romano. Oh duendes del Bierzo Perdido. La floresta crepitaba de espanto con vuestros himnos, el mundo entonces se llenaba de drogas y de búhos, apenas se cabía en los templos y burdeles, así se establecía la comunión social y cultural entre los miembros de las tribus.


          ¿Quién ha dicho que las castañas enturbian nuestra lengua? Y cuando en todo su esplendor se nos entregan como ninfas las castañas, ¿es cierto que nuestra memoria aumenta y cede un poco el peso del agobiante y espeso presente? Acaso sirvan también para combatir la soledad. ¿Habéis descendido alguna vez de una colina coronada de castaños?


         Y podría contaros lo principal de “La novela de mosiú Tabarie” que viene en el Merlín y familia de Alvaro Cunqueiro, porque es una novela que mucho gustaba a don Merlín que le contase su paje una vez que ambos se hubieran almorzado su caldo de castañas, y en la que el diablo Cobillón seduce con un pedo --‘grande y sonoro meteoro’-- con dulcísimo aroma de nardo florido a doña Florinda, una viuda rica y devota de san Ciriaco que, al descubrir el engaño diabólico llegando en carroza a Tarragona, de dolor se muere. Pero son ya las tres de la madrugada, el horizonte se ha aclarado y ha vuelto a brillar el sol.

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