Tarde de agosto en el jardín. Se sienta uno tranquilamente a la sombra de un árbol. Los gritos y las voces se han marchado. Se siente la felicidad de la tierra. Incluso se podría decir que el silencio creado es verde como un cordero verde del norte de León.
Nos sumergimos entonces en la lectura de un cuento que García Márquez soñó hace sesenta años y que nos transporta a un mundo de magia en que el tiempo se trastorna... “Nabo, el negro que hizo esperar a los ángeles”... Sentía en la piel gris y brillante el rescoldo tibio de los últimos caballos, pero no sentía la piel. Nabo no sentía nada. Era como si se hubiera quedado dormido con el último golpe de la herradura en la frente...
Y de pronto nos asalta el pensamiento de que también nos ha de llegar ese día en que uno perderá para siempre el sentido del tiempo, la memoria... ¡Ah, este cuento! Se ha difundido una vez más la noticia de que García Márquez se ha olvidado por completo de viejos amigos y a veces no recuerda el nombre de las cosas. ¿También Gabo padece el mal del olvido? Una de las raíces de este mal ya se la había explicado a José Arcadio Buendía la guajira que aparece en Cien años de soledad: es el insomnio -decía la india-, "lo más temible de la enfermedad del insomnio no es la imposibilidad de dormir, sino su inexorable evolución hacia una manifestación más crítica: el olvido." Pues cuando el enfermo se acostumbra a su estado de vigilia, empiezan a borrarse de su memoria los recuerdos de la infancia, luego el nombre y la noción de las cosas, y por último la identidad de las personas y aun la conciencia del propio ser, hasta hundirse en una especie de idiotez sin pasado. “José Arcadio Buendía, muerto de risa, consideró que se trataba de una de tantas dolencias inventadas por la superstición de los indígenas.” ¡Hundirse en la “idiotez sin pasado”!
Y de pronto nos asalta el pensamiento de que también nos ha de llegar ese día en que uno perderá para siempre el sentido del tiempo, la memoria... ¡Ah, este cuento! Se ha difundido una vez más la noticia de que García Márquez se ha olvidado por completo de viejos amigos y a veces no recuerda el nombre de las cosas. ¿También Gabo padece el mal del olvido? Una de las raíces de este mal ya se la había explicado a José Arcadio Buendía la guajira que aparece en Cien años de soledad: es el insomnio -decía la india-, "lo más temible de la enfermedad del insomnio no es la imposibilidad de dormir, sino su inexorable evolución hacia una manifestación más crítica: el olvido." Pues cuando el enfermo se acostumbra a su estado de vigilia, empiezan a borrarse de su memoria los recuerdos de la infancia, luego el nombre y la noción de las cosas, y por último la identidad de las personas y aun la conciencia del propio ser, hasta hundirse en una especie de idiotez sin pasado. “José Arcadio Buendía, muerto de risa, consideró que se trataba de una de tantas dolencias inventadas por la superstición de los indígenas.” ¡Hundirse en la “idiotez sin pasado”!
Y con esa preocupación, antes de que se convirtiera en angustia, y aun antes de llegar al final del cuento, nos hemos caído en una gustosa somnolencia... Y en ella se nos han ido apareciendo esa pareja de picapinos que busca alocadamente su diaria ración de orugas, un grupo de amigos recitando poemas en el hayedo de Busmayor, ese oso famélico que por el Alto Sil está despedazando a las vacas que por allí pastan, el monte sagrado de los astures coronado de caballos y las catorce iglesias de Babia y Luna a punto de hundirse en la negrísima miseria, un viejo del lugar que estuvo preso en el campo de concentración de Burgos en 1938 y se alimentaba de serrín mojado en agua y cuero reblandecido, el negro Nabo cepillando los caballos en el establo de enfrente, “El brindis de los compadres” de Juan Carlos Mestre colgado en el mejor museo del vino del mundo, el chalé del presidente de España invadido de cigüeñas...
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