Regresa uno de las lejanías del sur mediterráneo con la sensación de haber viajado hasta la estación de las últimas espumas, y al tocar de nuevo esta tierra leonesa los ojos del que vuelve buscan con afán el color y la humedad y esas texturas tersas que la diferencian...
A mí también me sucedió: a veces veía el noroeste en los paisajes que al amanecer levitaban en las brumas homéricas del sur. Allá en el noroeste, me decían, poseéis el vigor y las economías poderosas; allá en el noroeste mantenéis la potencia de las ganaderías de montaña y las riquezas metalúrgicas. En cambio aquí en el sur, me decían con esa su blanca gracia tropical, poseemos el sol más grande, y la poesía, y las altas temperaturas de las noches... Ilusos habitantes del sur, pensaba yo, ilusos navegantes de esta España toda ya en penumbra que aún pensáis con el alma de nardo del árabe español. Allá en el noroeste, les decía, también las aldeas más castizas y las sagradas espadañas están desmoronándose, aunque resistan todavía viejecitos con más de ciento nueve años. Y son ya numerosas las praderas solitarias y salvajes, como los surcos de liebres malheridas, y no cesan de crecer las industrias que se asoman cada mañana a altísimos abismos...
Pero habéis de saber que en la República de los Cincuenta y Seis Ríos, a pesar del diablo que la acecha, se siguen celebrando tardes de gloria poética estival a la sombra de los monasterios arruinados, aún se tejen tardes de exaltación lírica al abrazo de los árboles góticos de la misericordia. Les ponderaba yo la boscosa melancolía e iluminación que destilan los blues de nuestros bardos bajo el vuelo de los vencejos y estos mirlos atlánticos... Y así también, les decía, vamos salvaguardando la semántica primaveral de nuestra historia proletaria, vamos deteniendo el tiempo de la desesperanza y el derrumbe. Y se quedaban entonces mirando al noroeste con su guasa andalusí, y alzábamos eufóricos las copas...
Pero es también el noroeste, amigos del sur, un territorio como de cuento donde se aparecen perfumistas franceses capaces de recrear los aromas originales del carbón que se quemaba en las antiguas centrales térmicas, una tierra surgida de la bruma en la que quien busca esqueletos de fusilados durante la guerra y la posguerra acaba encontrando tumbas de necrópolis celtíberas... Allá en el noroeste cuesta más que en vuestro sur burlarse con chanzas y chistes de la negra crisis y el destino, no poseemos vuestra sana retórica barroca.
Regresa uno del sur, de los espejismos del sur, y se reencuentra con la parquedad de su tierra prometida, con la presencia lúcida de sus cincuenta y seis ríos, como quien descubre alborozado la iluminación de las montañas... Y se siente bien. Es el noroeste que le habita.
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