CON MILAN KUNDERA EN EL CAFÉ CUBA (I)



El otro día estuve tomando unas jarras de cerveza con Milan Kundera en el café Cuba, barrio de Cuatrovientos
Aún conserva estampada en su frente checa la bandera tricolor de la 'Primavera de Praga', a sus ochenta y nueve años, quién lo diría

Lo acompañaba una mujer esbeltísima, pianista de jazz, Vera dijo que se llamaba, en la lengua de Rimbaud, y Vera se puso a contemplar el sol rojo que se derramaba sin cesar sobre la bahía del Pajariel

Un viejo amigo suyo del Bloque Nacionalista Galego, al que había conocido en París en 1992, le había invitado a dar unas charlas en las sedes del partido de Lugo y La Coruña sobre sus experiencias político-sexuales durante la Primavera de Praga, se les había estropeado el Toyota y ahí estaban esperando

--Al único escritor del Noroeste Atlántico que he leído --me confesó ruborizándose-- es a Eduardo Blanco Amor, y tan solo esa su novela delirante que se titula 'A esmorga', magnífica

Llevaba yo para leer los 'Cuentos de la Cábila', de Antonio Pereira, así que se los regalé al maestro, un placer, el gusto es mío

Vera no hacía otra cosa que contemplar el rojísimo sol/poema social que se derramaba sin cesar sobre la bahía del Pajariel


Milan y Vera a sus cuarenta y tantos años

Le hice entonces una pregunta estúpida, mirando fijamente a sus ojos de corza huida 
Y se echó a reír, con su risa checa antiestalinista y glacial. Y me sorprendió recitando DE MEMORIA unos pasajes de 'El libro de la risa y el olvido', que reproduzco aquí:

El que escribe libros, o lo es todo (el único universo para sí mismo y para todos los demás) o no es nada. Y como todo no le será nunca dado a ningún hombre todos los que escribimos libros no somos nada. Somos menospreciados, celosos, nos sentimos heridos y deseamos la muerte del otro. En eso somos todos iguales: Banaka, Bibi, yo y Goethe.
El incontenible crecimiento de la grafomanía entre los políticos, los taxistas, las parturientas, las amantes, los asesinos, los ladrones, las prostitutas, los inspectores de policía, los médicos y los pacientes, me demuestra que cada uno de los hombres, sin excepciones, lleva dentro de sí a un escritor en potencia, de modo que la humanidad podría perfectamente echarse a la calle y gritar: ¡todos nosotros somos escritores! 
Y es que cada uno de nosotros teme desaparecer desoído y desapercibido en un universo indiferente y por eso quiere transformarse a tiempo en un universo de palabras. 
Cuando se despierte el escritor en todas las personas (y será pronto), vendrán días de sordera generalizada y de incomprensión.




No hay comentarios:

Publicar un comentario