Nos vamos con el corazón siempre alerta a otras partes, ahí donde las furias y las almas enjauladas y el dejarse vivir de todos los noroestes del mundo.
Y la sangre de mi país parece un toro empitonando al caballo verde lorquista. Aquí quien no camina izando espuelas tricolores pasa mirando al forastero con una luna en la boca.
Y de tarde en tarde nos encontramos con un paria. ¿Y qué es un paria? Un paria es el diario de un navegante sin sol, un espécimen del romántico ‘Socialismo animal’, un pájaro de mal agüero que ha perdido su plumaje subversivo en los combates del Mercado Laboral. ¿Todavía hay parias de la tierra, en pie famélica legión? Se lo preguntaba yo el otro día a don Ramón Otero Pedrayo en una tasca del casco antiguo de Ourense: “Usted, don Ramón, galeguista empedernido, que tantos cuentos del camino y de la rúa ha inventado, ¿no cree que todavía quedan muchos parias de carne y hueso en este mundo?” No se atrevió a decir cuántos más o menos. Pero de la boca de don Ramón brotó un mirlo republicano. “Saludos a don Antonio Pereira”, me cantó al despedirnos en el bar Orellas.
Un paria del Poniente es también un hombre con sus huesos marinos al aire que anda errando por los caminos de Santiago desde el día en que tomó posesión el segundo Gobierno de Mariano Rajoy. A este paria del Noroeste, con quien me topé en la Taberna km 0 de Pedrafita do Cebreiro, le nació en la frente izquierda una nostalgia de su barco hundido en la Costa da Morte y como una cruz de hierro la va soportando.
“Los límites del infierno laboral han cambiado, compañero”.
Y con esas greñas y esos anteojos de intelectual surrealista es idéntico al Walter Benjamin que ingería en Portbou la cápsula de morfina con la que saltó al otro mundo.
Pero este paria del Noroeste ya ha perdido hasta la lástima.
Alardea de haber sido uno de los últimos techadores de pallozas de la Galicia Caníbal. Limpia corrales y cuadras, apuntala viviendas de mala muerte.
“Debería existir en la Constitución un artículo terrible contra los asesinos de urogallos”.
A este paria un diputado neoliberal lo tildaría de ‘hijodeputa’.
Y cuando a la noche se ha bebido ya sus cinco cervezas goza contando secretos de alcoba como un barón rampante recién escapado de Villafranca del Sueño. La última vez que trabajó en las fincas frutales del marqués de Carracedelo fue el día antes del incendio que arrasó la Tebaida berciana. Así va tirando con lo que saca en estas aldeas que soñaron los bueyes del Poniente. Y si uno lo mira como a un compañero de trabajo parece que le creciera entonces un cerezo en el pecho.
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