Os
saludamos hoy, amigos, desde el café de Enrique Gil. A orillas del Sil se ha levantado,
frente a los muros del castillo del Temple, sobre la niebla más anárquica del
Noroeste Atlántico. Y en la noche de su inauguración se leyeron cuentos y
poemas de terror antes de que apareciera por el este la luna llena de pájaros errantes
y tuberculosos...
–Podríamos volver a ser dichosos en este bellísimo café romántico–,
dijo el marqués de Carracedelo.
Y con él
acudieron el barquero de Flores del Sil, el guarda lunático de Cornatel, el
peregrino del Burbia, la gaitera de Cacabelos, el reportero de Bembibre, el
juglar del Cúa, la pitonisa de Cuatrovientos, el espía de la Puebla... Álvaro y
Beatriz llegaron vestidos como dos jóvenes hipsters recién escapados de una
novela negra y se sentaron en la quinta esquina del café. Antonio Pereira bajó
por la escalera de los sueños del último tren declamando A la memoria del
general Torrijos...
Y se encendieron entonces los dioramas del mundo más fascinante
de Enrique Gil: las catedrales de León y de Colonia, las abadías de Laach y de Carracedo,
los cementerios de Ponferrada y de Frankfurt y los barcos por el Rin... Y a
través de los ventanales comenzamos a ver las diabólicas galerías de las
Médulas, las místicas aguas del lago de Carucedo, la misteriosa quinta de los
Templarios, la barca en la que paseó por última vez el ángel de Arganza, el
monasterio donde yacen los restos del señor de Bembibre...
Hay estampado
en cada mesa y en cada columna del café un fragmento de Enrique Gil, un jirón
de su romanticismo ecléctico y septentrional. Es un café pintado con las coloraciones
de las utopías, y los caballitos de mar que trotan por el diorama de su bahía
son todos del color de la sangre. El café de Enrique Gil es un viaje hacia las ruinas
que aún nos quedan del Romanticismo y hacia el vértigo de ese nuevo mundo que aún
deseamos construir. Es más que un café de barrio menestral, un café herido de
literatura que cala hasta los huesos. El café de Enrique Gil no debería
terminarse nunca.
Así que aquí
nos reuniremos, amigos, semana tras semana, cada miércoles y jueves de este "Año Romántico", con Enrique Gil y los personajes de su imaginación... Y no nos temblarán las manos
cuando tengamos que disparar contra los demonios de los gobiernos nacionales, provinciales y municipales y contra todos los mangantes, cabrones y fanáticos que día
a día tratarán de jodernos...
¿No os gustaría entrar en el café de Enrique Gil y vivir al menos una hora entre aromas y brumas de romanticismo?
¿No os gustaría entrar en el café de Enrique Gil y vivir al menos una hora entre aromas y brumas de romanticismo?
–Podríamos volver a ser dichosos en este bellísimo café–,
volvió a decir el marqués de Carracedelo mientras brindábamos por la memoria del
Bardo de la Niebla.
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