Por la calle Ancha de tus ciudades se oyen cada vez más
historias de insomnios, de vértigos que se contagian, de miedos a males apenas
conocidos...
Sale la gente normal del café donde ha olvidado su dicha, respira
el frío traspasado de huesos, y empieza a caminar como si el día no fuera más
que una dolencia. ¿Qué hay detrás de esos ojos que no duermen? ¿Qué paranoias
se le han pegado a las telillas de su alma?
El que cuenta que vive de milagro en un sucio apartamento,
un cuchitril que abre sus dos únicas ventanas a una miseria de patio de luces,
en el barrio de Milvientos.
El que enumera a gritos y sin vergüenza alguna todos los
síntomas de una depresión de caballo que padece desde la adolescencia.
La que ha contraído una enfermedad venérea muy dañina, un
virus de papiloma humano que podría acabar infectando todo su cuerpo y entonces
el cáncer cervical.
La que dice que escribe en un diario versos que son un
desastre pero que con ellos a veces espanta las ausencias que la asaltan a
partir de medianoche.
El que tiene pánico a contraer la hepatitis C y se caga entonces
en las madres de los hijoputas que han subido a las nubes el precio de los
fármacos.
El que fue albañil feliz levantando muros y ahora tiene un
dolor que apenas le deja hablar, le cuesta construir una oración simple, se
siente como cadáver ambulante.
La que lleva más de un año y medio sin asomarse a las
ventanas del sexto piso donde duerme sola, acrofobia le han dicho que se llama
ese miedo suyo a las alturas.
Por la calle Ancha de tus ciudades rueda gente normal como
buscando el sol de las ruinas, gente que no escribe en el friso del atardecer
grafitis neorrománticos pero que deja a su paso nardos de esperma y desolación.
Solitarios, parejas sin pasión aparente, hartos seguramente de las mentiras del
presidente y de la vicepresidenta y del fiscal general y de la madre que los
parió a todos los que continúan jodiendo este país...
... Gente con el baipás coronario para que no le siga engañando
el corazón, o con la píldora que calma los nervios de la angustia a flor de hiel,
o con la almita sencillamente hecha polvo... El arpa de sus voces divide en dos terneros la luz de este café de Enrique Gil. Y entonces la poesía, amigos, entonces la poesía sí que se
concibe como un artículo de primera necesidad.
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