Descender a
los sótanos de diciembre... Y andar entre nieblas por el barrio pisando otoños
mal nacidos, tropezar contra la oxidación del patrimonio industrial, sorprender
al zapatero vendiendo su mono de trabajo, preguntarle a la vecina por qué han
cerrado el bar donde limpiaba.
Bajar a los
subterráneos de diciembre... Y ver cómo crecen entre el portal y la calle zapatos
que no regresaron, decir adiós a la locomotora que nos llenaba de sol, escuchar
en la cola del paro las bastas consignas patrióticas del presidente del
gobierno nacional, echar de comer una zanahoria a ese caballo gitano que
tiembla frente al río,
decir de nuevo adiós a la locomotora Funkenstein 020-T que
se llevaron rumbo a Alemania, caerse por el sur de la ciudad y oír los ecos del
pavor de las aldeas, sentir cómo se estrellan sus gatos escuálidos contra el
camión municipal de la basura, quedarse a la puerta del despacho de lotería
contando el número de ilusos por minuto, mirar cómo bailan cuatro chicos
mamados el rap de la masturbación de los esqueletos entre las vías del tren.
Atravesar las
crudas sombras de diciembre... Y perderse por la calle de las Angustias y
saludar a ese mendigo nuevo que parece un príncipe rumano de las tinieblas, pronunciar
los huesos que no se quemaron ayer en los andenes de la estación de autobuses,
hablar con el porreta que perdió su dosis y comprobar la temperatura de su
escarcha,
asomarse al puente de los Peregrinos y compadecerse de todos esos
patos epilépticos, penetrar en el frío del supermercado y preguntarle a la
pescadera a qué precio se pondrá el sábado la conciencia congelada.
Sumergirse
en las honduras de diciembre... Y darse de bruces con el último parado del
barrio que se cuece en la taberna, comprobar que también los proveedores de
poesía se quedan más desamparados que una goma de borrar, echar de menos al
burrito que hacía los belenes,
vislumbrar en las lejanías nevadas la floración
de los bosques filológicos, viajar despacio hasta los pueblos ya sin vacas y decir
adiós más de tres veces a los urogallos y los lobos, acercarse a la fogata que
han hecho en el arrabal los desahuciados y beber con ellos el vino de la
consolación...
Los sótanos
de diciembre no dejan bien dormir, siempre están metiéndonos por el ojo la
pesadilla que les muerde la cola, en las temperaturas de sus huecos nacen
musgos atados a desastres... Hay que bajar a los sótanos de diciembre para
espantar tanta mentira.
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