CUENTO DE ANTES DE NAVIDAD

     Todos llevamos grabado en lo más profundo de nuestra piel un cuento de Navidad. Un cuento que es como una aldea cubierta de nieve en la noche que está estrellada... Un cuento como un río de papel plateado y alrededor del fuego un cantar con dos o tres animales domésticos que miran al camino lleno de musgos que se pierde por el oeste... 


    ¿Y qué esperábamos? El fuego se acaba haciendo ceniza, compañeros, pero no hay manera de extirpar ese polvo de la piel del alma. La infancia no termina nunca de pasar. Y pesa tanto como las ausencias...

   ¿Quién ha dicho que en el cuento no aparecen pobres? Pobres y más pobres y rebaños de resignación. Aparecen también vagabundos que llaman a las cosas por su nombre. Y hombres y mujeres que a la puerta del bar fuman su ansiedad y hablan en voz baja del porvenir de los mineros y los estudiantes...


    Ahora mismo está nevando sobre la república del cuento. Los pájaros que ya durmieron se posan en las ventanas por si les echamos de comer, pobres pájaros hambrientos. Pasa un tren que pide perseverancia hasta el triunfo final. Y en la quinta esquina del barrio del río sigue esa mujer arrojando palabras como témpanos que terminarán construyendo un bosque lácteo. Dicen los más viejos que esa mujer es una poeta.


    Nieva mansa y copiosamente en el cuento de Navidad. Y en la escarcha del año vencido algunos niños patinan con algazara rural. Se van encendiendo los árboles... Y el humo con que se cura la matanza. Están trémulos los caballos en las colinas de su desolación. Es un acto maravilloso andar sobre la nieve. Y se inaugura en la taberna del Minero un campeonato de brisca. Los jóvenes en paro que ahí se han reunido siguen sin entender el discurso del presidente del gobierno nacional...


    Ese cuento de antes de Navidad vuela de aldea en aldea, de conciencia en conciencia, buscando el fuego que lo alumbre. En ese cuento la infancia no termina nunca de pasar. Y su geografía no entiende de olvidos. Se nos agarró a la piel y nos prendió la utopía a que estamos condenados. Y exige su silencio: el silencio de la nieve, casi sobrenatural. Es un cuento como un país de nieve... Cae mansa una nieve blanquísima sobre la república del cuento... Y nieva, nieva tanto... que tengo miedo de que al terminar esta última línea quede toda la columna en blanco.


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