POR LAS FRONTERAS EN LLAMAS


    Está bonito el barrio, cada vez más sol. Y muy alegre, cada día más pardales cantando “aquí seguimos de pobres” pero piando y danzando como nunca. Recuerdo cuando se les echaba pedazos de albóndigas y alitas de pollo y otros mariscos en las terrazas de los bares. ¿Cómo eran entonces las fronteras del cielo?


    Está tranquilo el barrio, ya no se ven tantos mendigos a las puertas de los supermercados. ¿Quién dijo que habría siempre una frontera en llamas entre su hambre y la obscenidad económica que los parió? Aunque a veces me encuentro con hombres que aún sueñan con las minas y los despidos laborales y el asunto ese de las putas fronteras endemoniadas del sur. ¡Y con qué andares entran al mediodía en la farmacia a pedir ampollas que les quiten la alucinación!


    Y cada vez más baladas de perros callejeros por estas calles desarboladas. A lo mejor una noche el Sil se sale de madre y se venga de todos sus muertos entrándonos por las alcobas de la pobredumbre. Está feliz el barrio a las nueve de la noche y de repente un trío de mujeres que se acercan descalzas a un contenedor de basura... Sale al mismo tiempo la luna dando gritos y entonces parece el barrio más romántico.

   Sin embargo echo de menos el pensamiento ‘sucio’ de barrio. En cualquier esquina se hacían fogatas contra los desgraciados que no paraban de jodernos, y se nos animalaba el alma y éramos manantiales de más poesía social y asociaciones de barrio y nuevos teoremas sociológicos que rompían la crisma de Dios. La teoría y la praxis y todo aquello...


    Era el pensamiento sudoroso y sucio de barrio que a don Ernesto no le dejaba dormir en toda la noche, un pensamiento que tenía brillos de pájaro carbonero con el ala izquierda roja como los lentos trenes de mercancías. Perseguíamos también el sueño de contemplar un urogallo a las cinco de la mañana y corríamos a gorrazos a quienes nos trataban de adoctrinar con sintaxis y semánticas sacerdotales, oh Dios, últimamente me paro a leer y a escuchar a ciertos predicadores y poetas considerados ‘de izquierdas’, más o menos jóvenes, y me entran ganas de llorar, qué hatajo de pensadores arranciados, qué peroratas y soflamas de mala muerte, y cómo pontifican en nombre de determinados ‘valores universales’ que no huelen sino a formol y sacristía, cómo está el patio, compañeros.


    Sí, está bonito el barrio. Y el vacío social es también una obra de arte, como el amor carnal. Pero siempre habrá una frontera en llamas entre el hambre/rabia de los desclasados y los perfumes de esos jóvenes predicadores/liberadores...



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