Junio y esta luz que dora a la ciudad, estas calles con
nombres de minerales, flores y pájaros a qué huelen ahora, calle del Mirlo,
calle de las Hortensias, calle del Hierro, y un poco más allá esos huertos medievales
que relumbran en el mercado de las ilusiones al sol.
Nos trastorna Junio la sintaxis, y al pensamiento nos lo pone
patas arriba, le despoja de esas tremendas teorías sobre el porvenir y la
sociedad del sintrabajo, como si fuera mentira esa chica que viene pidiendo y
se aleja echando humo contra el barrio de Flores del Sil, calle del Carbón,
calle del Wólfram, y al otro lado de la avenida de la Plata más huertos
insaciables recalentándose al sol.
¡Alegría de Junio por descender sobre esta ciudad imaginaria
que aparece en los mapas de la ficción con el rotundo nombre de Ponferrada, que
se levanta al mundo con un castillo del Temple en cuyos sótanos se guardan el
Arca de la Alianza y el Santo Grial! Están bellas las gaviotas escribiendo en la bahía del
Pajariel la verdedad del arrabal, calle de los Almendros, calle de los
Olivos, y al otro lado de las vías del ferrocarril el Sil resoñando su antigua
transparencia entre las huertas.
¡Iluminaciones de Junio que disipan la materia positiva de
la utopía y la legítima sublevación! Imposible cambiar el mundo, nos dice, tras
este sol no hay otro sol, amigos, ahí tenéis los huertos esperando, habéis de
cultivar vuestro jardín, no seáis cándidos, que dijo Voltaire, calle de la Vía Láctea, calle del
Paraisín, el paraíso se alza en esos huertos teologales sembrados de verduras y
hortalizas, puerros, acelgas, lechugas, tomates, cebolletas, sus nombres
componen un coro de vocablos irreductibles, el gran poema de la Redención, amigos, escuchad
el eco de sus sílabas, remolachas, patatas, pimientos, fresas, cultivad pues vuestro
jardín.
Desgrana Junio su conciencia de sudores agrarios y
recompensación cereal, de felicidad que germina en el trabajo de la tierra,
derrama Junio su ideología pastoral por los cuatro puntos cardinales de nuestra
ciudad con sol y todo ese campo abierto al misterio de la Resurrección, calle
del Valle del Silencio, calle del Monasterio de Montes, calle de los
Ruiseñores, y es una sinfonía de destellos que ahuyenta la pobreza recocida, y
huele entonces a digno cielo vegetal.
Acelgas, tomates, lechugas, fresas, cebolletas... Nadie que
no se regocije con la melodía de sus nombres puede estar en condiciones de amar la Cultura con mayúsculas. Que no, que no podemos sentirnos desgraciados en los huertos con
sol de Junio.
¿Y si cultivando nuestro propio jardín estuviéramos
contribuyendo a la revolución del mundo?
No hay comentarios:
Publicar un comentario