EL RELOJ DE LOS PÁJAROS

       Sucedió la otra tarde, desapareció el sol y empezaron a salir pájaros de todos lados, aviones, palomas, pardales, del cielo, de los árboles, de los aleros, de las alcantarillas empezaron a salir, y se pusieron a revolotear sobre el barrio, revoloteaban que quemaban el aire, y la gente entonces salió a mirarlos y se agolpaba bajo los toldos de los bares, de los comercios, de los talleres de un barrio obrero que algún día no muy lejano podría estallar en llamas... 


    Y la fina lluvia hacía brillar sus alas suicidas, y pasaban y repasaban las aguas muertas, las farolas, las techumbres, llevándose en el pico pedazos de sucia ropería, de paredes desconchadas, pedazos de memoria proletaria, un batallón de pájaros exaltados capaces de acribillarnos el alma...


      ...Y así era que empezaron a salir yedras, huesos, miedos por las bocas de algunos vecinos, se le iba atemorizando la sangre a casi todo el barrio, se habrán vuelto locos, qué estarán tramando, y cómo chillaban los condenados. Y un pensionista renegado gritó: “¡Anuncian catástrofe estos putas!” Y mujeres que se abrazaban a sus espantos ideológicos, y obreros en paro que vomitaban sus infiernos, y niños que atornillaban su imaginación estéril con huesitos de aceituna. “¡Tendrán hambre esos animales!”, sentenció un porreta riéndose a carcajadas, y un desesperado llamó a la Policía, “¡Seguro que con dos disparos los espantan!”, y una mulata pasó por allí diciendo: “Este baile es para anunciarnos el verano”, y crecía el desasosiego por todo un barrio que cualquier noche podría estallar en llamas... 


    Las palomas descendían a fantástica velocidad, y caían plumas que parecían ojos y otras plumas teñidas de sangre, y de pronto el cadáver de un gorrión sobre la acera, el pobre tenía brillos de esmeralda en la cola, y luego otros dos cadáveres negros en medio de la calle más angustiada que nunca... 
         Y fue entonces cuando comprendimos que estábamos asistiendo a una guerra entre pájaros.


   Hasta que se desplomó la noche. Y con los zapatos embarrados regresamos infelices a nuestras jaulas. No llegamos a saber quiénes habían ganado la batalla. ¿En qué iría pensando aquella muchacha con muletas? ¿Y la frutera con su cesta llena de guindas? 
       Por suerte no hubo heridos, aunque sí extraviados. 
    La primavera había llovido sobre el barrio sus últimos excrementos en esa terrible hora. 
    Pero nunca la luna tendrá la culpa de que el reloj de los pájaros adelante... 
     De la misma manera que un eclipse social siempre tendrá su origen en la deformación política del alma de un país.


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