Están ahí sentados, en el muro que bordea la bahía. ¡Si tuvieran la suerte de que el premio gordo de la lotería les tocase...! Los amigos de la adolescencia, las borracheras y los conciertos musicales hace tiempo que desaparecieron. El trabajo de taxista en esta ciudad todavía les da para vivir... Pero a ella esos ansiolíticos que le ha prescrito el psiquiatra la dejan toda la tarde como sonámbula.
Hay un barco que quiere
amarrar, y seguirá intentándolo hasta la medianoche... Y él vuelve a decirle que
el invierno será duro. Ella tendrá entonces que dejar de asistir a las clases
de baile. Y enciende otro cigarrillo. La felicidad podría quebrarse en
cualquier momento. Y el viaje que tenían planeado estas navidades, tres días en
París, una noche paseando por los muelles del Sena... Pero ni una sola lágrima habrán
de derramar.
La bruma sigue
descendiendo sobre el Pajariel y el oeste de la ciudad desapareciendo... Su
pelo azabache, y esa luz que desprenden sus ojos: Quédate así, le ordena él, y
le enseña luego la fotografía. Todavía es pronto para lamentarse de lo que han
perdido. Y eso que los malos rollos hace tiempo que los han arrojado por la
borda. No nos quitarán las ilusiones, piensa ella con tristeza. Y al viejo que
les ha comprado un piso en la avenida de la Libertad tendrán que ir a verlo antes de que termine
el año, no se encuentra mal en ese asilo para enfermos mentales.
La marea está
subiendo, pero se oyen lejanos los gritos de una juerga allá en Flores del Sil...
Prende él su primer canuto de la tarde, y el humo de la marihuana le trae
recuerdos de sus desfases eróticos ahí en la bahía, de cuando ella trabajaba en
una gestoría de seguros...
Se ha hecho tarde ya, y ella le resume a él lo que ha leído
esa misma mañana en el periódico: que el jodido invierno será largo para todos
nosotros, y que desde el punto de vista astronómico sus cielos estarán
dominados por la presencia de Marte y Júpiter tras la puesta de Sol. Lo último
que podríamos hacer en este puto mundo, le dispara él, es lamerles el culo a
quienes detentan una mierda de poder... ¿Vamos a ir al cine o no?, le pregunta ella.
Una fina llovizna comienza a caer. El hobbit puede esperar.
Camino ya
de casa, va ella imaginando cómo follarán en su estrecho dormitorio con vistas
a un callejón. A punto está de decirle a él que durante unas horas esa noche todos
los pájaros estarán muertos, porque así lo dicta la ley del solsticio de
invierno. Y entran en uno de los bares más concurridos del barrio, y ahí
vislumbran entonces el hermoso residuo de las experiencias... Tendrán que
acostumbrarse a vivir en la casa del invierno.
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