Y no hay manera de que entre: se queda a la puerta del café
y ahí se pasa casi toda la tarde, esperando a quién. Con esos ojos enormes de
insomnio. Duele la desalma que aflora en su piel. Y el contraotoño que despide
espanta hasta esos niños que incendian palmeras.
-¡Ese tío ha perdido la chaveta!
A ver quién averigua por qué se ha encenizado su cordura. ¿Y
cuántos como este se pasean por el barrio, por tu barrio? Conviene no
dramatizar las cosas: hay días que crecen como hongos, y hay días que
permanecen rezando bajo tierra. No, no dramaticemos el fenómeno: tan solo
sufren ‘trastornos mentales’. Solo que de vez en cuando alguno salta por la
ventana para colgarse del árbol del suicidio.
Servando
prefiere por ahora esperar a la puerta del café. Y por algún recuerdo a veces
canta, y su quejumbre es música que construye ausencias como espantapájaros.
Pero no lo acorraléis, porque lleva en su boca un diccionario del diablo. Saca
su cartera de cuero, cuenta con rabia los cuatro billetes que le quedan y apaga
su fuego escupiendo plumas de gallo levantisco.
-Se me subleva el hambre!
No emplea su lengua en vano. La sombra de su espejo ladra
perturbaciones que escarban en lo mismo que anteayer Antonio Gamoneda: “Ahora
mismo, ante el dolor español y planetario de una pobreza que comporta hambre y
muerte, nuestro lenguaje ha de ser poética y moralmente subversivo. Y nuestra
conducta”. Él dice que se pasa muchas noches viendo cómo copulan los sapos y
las salamandras, y que su cuerpo babea como un perro. Su maldito delirio, como
el de cualquier anatomista, es clasificatorio.
-Los castaños están seminando. ¡Había que prenderles fuego!
Y que también había que quemar la Ciuden, y la Diputación, y el
Parlamento... Sentimental y brutal, como todos nosotros. ¿Oriundo de la Cabrera, o de Cacabelos?
¡Qué más da! Hay que arrimarse a sus huesos y pensar entonces que su utopía
carcomida no le impide rumiar el verdor de la placidez. Hasta la locura tiene un
método, que dijo Shakespeare, me parece. ¿O fue el detective Marlowe?
Así está
también el alma del país.
Ayer sin embargo me mandó a la mierda. Llevaba atado al
hombro el porvenir que amenaza. Y su voz como ofendida por cielos indeseados.
Cuesta creer que se ha precipitado en el universo de la demencia. Y que
podría morir tras un brote psicótico que le golpease en un hospital
psiquiátrico, tal vez después de haber compuesto una barra de dinamita.
La línea de sombra que nos separa de él es pura literatura. No
debería sentirse dichoso el que en su noche cierra con furor los puños y se cree
todavía cuerdo.
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