Ese podría ser nuestro paisaje, un tortuoso camino hasta la
bancarrota, dijiste.
Y la brisa
traía olores de antracita y pólvora. Los campos de amapolas manchadas de ceniza
no nos parecieron ya dignos de ser contemplados. ¿Qué estaba sucediendo en la
mayoría de esas villas y poblados que gravitan sobre las simas de carbón?
No se puede
arrancar de cuajo a nadie el deseo de que las cosas sean distintas, dijiste.
Y oímos entonces
las voces de los más viejos quejándose de la violencia civil, enumerando sus
recuerdos del frente de batalla donde habían sido heridos y olvidados. Como un
incendio forestal en un bosque del ayer. A nadie le gustaría vivir otra larga temporada
en el infierno de las detonaciones.
Mañana desciende
el verano y si es realmente un dios incendiará este paisaje, dijiste.
Y en las
callejuelas por donde vagábamos ningún rescoldo de belleza se atisbaba, incluso
llegamos a temer que estábamos traspasando las fronteras de la locura
colectiva. Cerramos los ojos y escuchamos el silencio de los comercios y
tabernas y que todo ello podría acabar hecho pedazos. Se nos erizó la piel y
aun así supimos apreciar los colores del cielo que amenazaba tormenta.
Cuentan que
han metido al ejército en las cuencas mineras, dijiste.
Y posamos
los ojos en el bosque más cercano y de pronto asistimos al encuentro de una
cuadrilla de cazadores furtivos que comenzaron a disparar sus fusiles y no
podíamos contener nuestra angustia. Hasta que salió de entre las brumas una
pareja de corzos, tal vez en busca de nuevos lugares donde olvidar el horror de
su situación. Sentimos piedad de ellos, claro que sí, y luego fuimos
conscientes de la oscuridad que se había coagulado alrededor de nuestras
imágenes.
Es como si
viajáramos desde la estación del resplandor hasta el ocaso, dijiste.
Y vimos
brillar otra vez las llamaradas y nos parecieron aterradoras. Las casas se
alzaban por encima del horizonte implorando venganza a gritos al Dios de los
paisajes dignamente habitados. Tan intensa era la sensación de que la pólvora estaba
chamuscando nuestros pulmones. Y entonces nos preguntamos qué estábamos
haciendo ahí, con las manos vacías, en cualquier momento nuestro paisaje podía
saltar también por los aires.
No hay comentarios:
Publicar un comentario