VENDEDORES DE MILAGROS



     En el Café de los Ilusos caímos anteayer y ahí estaba el Peta trastornando con su oratoria desenfrenada el ‘envenenado orden nacional’. 

-Las muchedumbres mineras, armadas de ardiente paciencia, marchan con sus lámparas de primavera proletaria sobre la espléndida capital, colega. 

    Así me saludó y me arrebató de las manos La bicicleta del panadero de Juan Carlos Mestre y Todos los cuentos de García Márquez que yo llevaba para alegrarme la tarde. 


     El cuentista de Macondo padece el mal del Olvido, le dije. 

-Y en el último sueño que yo tuve, tres mineros se estaban quemando vivos, en un tren de carbón. 

    Se le quebró la voz y de repente saltamos a la Revolución del 34 en Asturias, donde la poesía y la dinamita andaban en la noche cogidas de la mano. 

-Todo se va olvidando, compañero. Que Dios tenga piedad de él. 

   Y entre todos los cuentos del colombiano fue a dar con “Blacamán el bueno, vendedor de milagros”, y en él se sumergió hasta que lo despertaron los gritos de la camarera, que si quería otra jarra de cerveza.


-Así como este cabrón de Blacamán son los malos vendedores de milagros del Gobierno. Capaces de convencernos de que el mes de junio es una manada de estrellas recauchutadas. 

    Y el Peta cerró el libro y empinamos las jarras y brindamos por todos los mineros de la tierra. Debe de ser espantoso el mal del Olvido, le dije, tratando de torcerle el rumbo. Pero comenzó entonces a largar un discurso con tonos bíblicos... 

-Porque mucho más jodido tiene que ser quedarse sin garbanzos, compañero. Conozco a varios mineros que este verano las pasarán muy putas. Tendrán que confiar en la multiplicación de los panes y las tortillas. Porque la razón y el hambre se desbocan y a veces disparan a bocajarro contra los guardianes de la prosperidad. La marcha de los mineros es la marcha de la luz contra las tinieblas del capitalismo financiero y postindustrial... Y hasta los chinos de la China comunista se van a enterar de lo que valen nuestras minas y mineros. No, no permitiremos que nos conviertan esta provincia en el Cementerio de los Desahuciados Insomnes.

   Le temblaban las manos al Peta. Él sí que parecía en esos momentos un vendedor de milagros, un Blacamán el bueno.


            Se echó al coleto otro trago y traté entonces de aplacar su ira contándole que García Márquez había prefigurado su mal del Olvido en unos bellísimos pasajes de Cien años de soledad, y le resumí la fórmula que había concebido Aureliano Buendía para defender a los habitantes de Macondo de las evasiones de la memoria. No abrió más la boca el Peta. Cogió La bicicleta del panadero, se quedó ensimismado contemplando la portada... Y al entregármelo me lo preguntó con los ojos. 

    Un verdadero milagro de la Poesía del Porvenir, le dije.


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