Es el verano y su desasosiego. Y el perfume de los tilos que nos emborracha al anochecer y entonces nos sentamos en la terraza de un café de la zona alta de Ponferrada y hablamos de las sirenas del Cantábrico... Recuerdo ahora el verso del bardo de la Beira Baixa portuguesa: "El verano tiene todos los nombres del mar". Y parece que ardieran las colinas y los castillos allá en el Noroeste Atlántico. El Bierzo se va abriendo lento a los caminos del verano.
¿Dónde te has escondido, Morlito, que no apareces por el barrio? ¿Has escrito ya esa carta al Presidente del Gobierno?
Y de pronto la totalidad del sol, el sol irrumpiendo en los suburbios más pobres de la ciudad. Y con la pasión del sol se encienden las callejas y esos puentes que nos sostienen el verano. Y hablo del verano como de una terrible estación política y sentimental, un modo vehemente de estar en las asambleas de los trabajadores derrotados, en las batallas que afrontan las mujeres que gritan los naufragios industriales, en los declives económicos de nuestras aldeas y pueblos milenarios, y aun en la eterna Marcha Negra de los mineros de toda España hacia Madrid.
El verano con su larga cabellera trenzada, sus ojos islámicos y el trigo bajo sus brazos de bronce, y su voz de cobre gitano anunciando la resurrección de las manzanas y los grillos, soplando los vientos ardientes de la carne y la voluptuosidad de los geranios, llamando a las puertas de nuestra eterna revolución social. El verano y su quimera. El verano y sus alucinaciones y viajar por sus arenas como si viajáramos al exilio. No olvidéis que el gran peligro del verano son las navegaciones y los regresos. Y que nuestros corazones vivirán seguramente por encima de sus posibilidades. El verano, interregno tan inestable. Que tengáis suerte, amigos. Que no perdamos nuestra buena sombra. El verano tiene todos los nombres del mar.