PLACERES DE JULIO



       En el verano de julio puede suceder todo: hay quien por fin encuentra su primer trabajo en la ciudad que ama, y hay quien se retira a su aldea para transformarla en el centro del universo. En el verano de julio el jazz enciende el sexo de los nómadas urbanos, y en el campo...

      En el campo las hojas ascienden a los árboles su plenitud, la cantina se convierte en la caja de resonancia de lo que se está cociendo en el mundo, los pájaros establecen su paisaje elemental, se juega a las cartas y se cuentan anécdotas políticas de lo más extravagantes.

      En el campo el calor de julio abrillanta el borde de los ríos, el diablo envía súbitas tormentas contra las alubias y los girasoles, y en el sopor de la tarde uno termina confundiendo a la socorrista de la piscina municipal con la monísima consejera de Agricultura y Ganadería. El cielo a mediodía es como un océano en quietud, de tarde en tarde se labran poemas de angustia al sol de una hogaza de pan, y a esos constructores que se habían fugado al paraíso de la República Dominicana y han regresado camuflados bajo una gorra bananera se les compara alegremente con aquellos antihéroes del cine negro y de aventuras.

      El verano de julio aquí es tremendo, las palabras se derraman en los patios con claridad de estrellas al caer la noche, y en esa atmósfera campera parece que todo se halla al alcance de la mano. Incluso se evocan las andanzas por España de Ernesto Hemingway, a quien nunca se le vio por estos valles y montañas leoneses cazando lobos o venados, pero es que ese Hemingway es clavadito al vaquero barbudo que vive allá en lo alto de la colina con sus caballos y escopetas...

       Hemingway, el amante de los sanfermines que se levantó la tapa de los sesos. Hace ya cincuenta años y piensa uno entonces que nadie como él le ha sabido inocular la cantidad de valentía que es preciso poseer para enfrentarse al toro de la muerte. Y aún sobreviven por aquí resignados tenderos que oyeron alguna vez hablar de las historias que contaba aquel intrépido gigante porque tenían allá en la Cuba de Batista parientes que con él se emborrachaban en La Bodeguita de La Habana. Hemingway y su Fiesta y el redescubrimiento de los placeres del campo español, tenderse a la sombra de un nogal y comer dientes de león y pescar media docena de truchas arco iris y empinar la bota de tinto fresco... tras una interminable noche de parranda.

        Y mientras en las ciudades de España continúa la policía desmantelando campamentos de indignados, aquí en el campo el aire de julio y sus espíritus siguen revelando la lenta desesperación de tantos jóvenes a la deriva... Aunque a los ojos del extraño parezca que las tardes construyen un bosque de belleza inextinguible.

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