Es un
placer rodar por Cuatrovientos tras la caída del sol...
Íbamos la
tarde del martes –tarde de total vagabundaje– por la orilla de sus bares,
talleres y comercios... Todo parecía en nuestro barrio más obrero de un
optimismo estructural. Hasta las cañas de cerveza tenían otro sabor, otra
frescura. ¡Con qué desparpajo trataban los parroquianos de El Español temas tan
escabrosos como la insondable brecha económica nacional, o la pertinaz desidia
de los concejales de Cultura y Juventud!
En cambio
en el café de Cuba –cada vez que lo visito me sumerjo en aquel café donde pasé
un tercio de mi juventud– hablaban de las últimas adolescentes desaparecidas en
la ciudad, el mundo es una equivocación, Tomasín, la mayoría de la gente se
está quedando congelada, no reacciona ya ante nada, esta es la sociedad del
cansancio, Jesús, bebe, que igual mañana somos ya mortaja...
–La semana que viene dicen que cierran la peluquería.
Y bueno,
entre caña y caña fuimos componiendo un catálogo de los monstruos municipales
que andan rondando por esas rúas y azoteas con el propósito de joderles los
sueños, monstruos tan inicuos como el pseudografitero que enguarra una vez al
mes las paredes de la iglesia, o la loca que amenaza con su máquina de coser
Singer a los adolescentes que van a follar en su portal...
Había una
mujer sentada a la ventana del café Latino, con un gato en su regazo, y me
pareció que tenía una mirada existencialista, misteriosa pero
existencialista... Pessoa hubiera dicho “su mirada tiene algo de música tocada
a bordo de un barco”. Nadie hablaba en el Latino, y ahí me sentí como un
comerciante cansado...
Y fue
entonces la noche como un rodaballo azul. No sabría deciros cuántas cañas
cayeron, pero es una delicia experimentar el optimismo estructural por esas
calles y bares de Cuatrovientos hasta las tantas...
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