Fue un
sueño breve. Yo regresaba de las flores de los manzanos y otros ámbitos
frutales, cuando apareció el Tren del Burbia. En la estación de Parandones se
detuvo y la locomotora tenía ese no sé qué de aquellas locomotoras que
desembocaban en los apeaderos del mar. Y yo me subía al último vagón como quien
entra en uno de esos cuadros con humos y trenes del Impresionismo.
El arranque
fue estrepitoso, al estilo de algunos poemas de Ezra Pound. Me senté y lograba
al fin posar los ojos en el cuento de Antonio Pereira ‘Don Eloy, deje salir a
Dorita o me mato’, y ahí me quedé gozando...
Hasta que
habló el único pasajero con rostro humano que me acompañaba: “Es una pasada
viajar en este tren”. Y sacó entonces el fiambre de un urogallo que llevaba
escondido en un saco de cemento. “Se llamaba Mariano”, dijo. Y lo acariciaba,
al fiambre, como si fuese de verdad un ser humano… ¡¡¡Y es que el rostro del
urogallo era clavadito al rostro de Mariano Rajoy!!! “Yo también fui un pobre
notario de provincias”, acabó confesándome.
Y de pronto
el urogallo cambió de rostro y tomó el rostro de ¡¡¡Pedro Sánchez!!!
¡¡¡Horror!!! Hasta que me confesó algo terrible: “Yo antes fui también un
inútil senador arribista”. Y fue el rostro del urogallo deformándose hasta
cobrar el rostro de ¡¡¡Pablo Iglesias!!! Y por cada nueva confesión que me
hacía –“Yo también fui un pobre concejal de Cultura”, “Yo también metí pasta en
Panamá”— el urogallo iba cambiando de rostro... ¡¡¡Cabronazo de urogallo!!!
No sé cómo
sucedió, pero de repente aparecieron sentadas a su lado dos olímpicas mulatas,
y este hombre comenzó a rogarles que compartieran con él la pena del urogallo y
su defenestración... Y así lo hicieron, brindando con enormes vasos llenos de
vermú... Y el Tren del Burbia quedaba atrapado entre unas nieblas del color de
las avellanas...
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