No soy
capaz de saltar de mi barrio a otra ciudad, a otro país...
Yo sigo
atado a estas veinte manzanas, quiero decir que por mi barrio sigo
peregrinando, por sus purgatorios y sus macetas de flores turbias, por los
entresuelos de su utopía engrasentada, por los sótanos enmohecidos de su
rabiar...
Las
estridencias de sus protestas las escucho hasta más allá de la medianoche,
cuando pasa el último tren de mercancías, y ahí entonces penetro en las
negruras donde yacen insatisfechos trozos de metal humano, salarios exiguos
(por no decir de mierda), viviendas y barcas aplastadas, espinazos doblados por
la desesperación...
Su
primavera se está haciendo trizas contra el muro del desengaño y el malvenir.
Es jodido deambular por sus esquinas entristecidas, recorrer con valentía el
ancho inventario de sus derrotas. Decía que su primavera es la mórbida
primavera de los perdedores. Y quedo a veces contemplando las pocas rosas que
le han crecido a este barrio mío y me parece que están todas marchitas...
Hablo de
vez en cuando con la quiosquera, con la frutera, con el panadero, con el
zapatero, con el dueño del gastrobar... y es como si se les hubiese consumido
el agua, como si les hubiesen despojado del frescor. Pero yo estoy con mi
barrio, no soy capaz de saltar a esos otros temas tan abstractos y tan exóticos
como las corridas de Venezuela o los chavistas del poblado de Tordesillas...
Yo estoy
con mi barrio, aunque también sea una manera de estar en la Nada del mundo.