—Es imposible no pensar en nuestras ruinas arqueológicas
cuando se está en este café.
Ha dicho Martina, ojos azules, arqueóloga en paro,
antimonárquica, antisistémica, indignadísima.
—Mi imaginación es hoy una caída, el derrumbamiento de un castillo
de leyenda.
Martina, melena
rubia como un crisantemo demente, gestos y ademanes de consumada actriz, un
poco friki, ha venido en su motovespa desde Valtuille, donde vive con su madre.
Martina trabaja algunas noches de camarera para una señora muy rica y
tuberculosa de Arganza, que se llama Beatriz y escribe en carteras verdes de
seda sus pensamientos y sus desvaríos.
—La casa colgante o colgada del castillo de Cornatel está
que se cae, tío, se cae mañana y aquí no pasa nada, hostia.
Martina, neorromántica empedernida, medievalista aquejada de
nostalgias preindustriales, me propone subir hasta la fortaleza de Cornatel y
arrojar desde el vértigo de sus aspilleras una rabiosa protesta política contra
los responsables de su desplomación.
Rondan por
aquellos montes muchos mastines, Martina, mastines muy ceñudos y agresivos, le
he dicho. Ni Tirso, el pastor, es capaz de arrodillarlos.
Y Martina,
teologal como un país que nadie conoce, se ha quedado mirando por el ventanal
del oeste la mole del castillo de Cornatel iluminada por los rayos del sol, los
despeñaderos de alrededor cubiertos de vapores, esos precipicios que por su hondura
y oscuridad el Bardo de la Niebla comparara con el Valle de la Muerte... Mira Martina sus resquebrajadas piedras templarias y envidia sus palpitaciones, sus venas
abiertas al asombro del lago de Carucedo, las brumas de poesía que emana de su
geológica soledad.
—¡Tendrá que matarse algún artista para que actúen los cachalotes
de la Junta!
Desde tan sublime
atalaya en ruinas es sobrecogedora la liturgia del invierno en nuestra atlántica
república, Martina. ¿Y qué podríamos hacer con los responsables de la derrumbación
de su casa colgada o colgante, del resplandor último de sus huesos contra el
abismo? ¡¡¡Majaderos insensibles a la música transvanguardista y ancestral del
castillo de Cornatel!!!
Martina con
el grito de los indignados en la punta de su lengua, Martina como una amazona embravecida
disparando maldiciones contra los burdos escalatorres de la Junta... Cálmate, Martina, que con esos gestos te me pareces a la Dama Verde de
Caerphilly, aquella mujer-espada que tomaba la forma de la hiedra cuando vagaba
por los fortines abatidos y en sus pechos se posaban sólo grajos...
—¿Por qué no vamos a Cornatel, joder? Montamos allí una
gorda y a ver qué pasa.
Martina del
Valle, camarera de doña Beatriz de Arganza, rubia como un crisantemo demente... ¡¡¡Arranca esa motovespa!!!
No hay comentarios:
Publicar un comentario