EN EL CREPÚSCULO DEL BARRIO


    En el crepúsculo del barrio nos juntamos/ estaba hablando el presidente del país/ por la televisión estaba echando espumas/ por la boca muere el pez/ entonaba de vez en cuando el tío Paco/


   porque el tío Paco estuvo cantando durante todo el debate/ pío-pío-pío todos los pollitos pasan hambre y frío/ repicando y cantando como un barítono anarquista/ durante todo el debate sobre el estado de la nación/ pío-pío el tío Paco molestando como siempre/ estos políticos de pacotilla Dios/ nos libre de ellos que sólo buscan el lucro personal/ no veía por qué el debate sobre el malestar de la nación/ era motivo para no cantar pío-pío/ pío dicen los pollitos cuando tienen hambre cuando tienen frío/


    un exbasurero municipal que en la época de la Transición/ traía locas a las féminas trotskistas/ maoístas eurocomunistas libertarias/ que en las segundas elecciones democráticas/ le chocó la pala al mismísimo Carrillo/ mientras ellos estaban pajaritos por la reconciliación nacional/

     de modo que no se sientan/ ofendidos si este tío les hace/ pío-pío en la cabeza el tío Paco es así/ le da por cantar cada vez que oye ladrar al presidente del país/ no le toquen entonces los cojones/ canta las verdades como dios/ en el lenguaje de todos los días/ contra la política de nubes embusteras/ contra la política de falsos toros furibundos/ contra la política de medio millón de puestos de trabajo/ imaginarios miserablemente perdidos/


  no se construyen utopías con solo mirar las rosas/ sentenció el pío-pío oliendo a hoguera el tío Paco/ como un artista agitprop mirándose al espejo de sus puños/ como un santo rojo hecho una paradoja fluvial el tío Paco/ cantando pío-pío contra las hostias que se estaban dando/ el Mariano del país y el Sánchez de la oposición/ qué buen barón republicano si realmente fuera/ socialista este economista nacido en el Tetuán de Madrid/ porque hay que tener con él mucho cuidado/ con el concepto de socialismo quiere decir el tío Paco/ no es que ponga en duda la grandeza de estos dos hombres/ pero miren cómo se están navajeando/ el menos cuerdo sacando de su alma un carnaval/ el más teatralero empuñando una cuaresma infinita/


    en el crepúsculo del barrio nos juntamos/ el pío-pío de los pollitos sobrevolando el debate sobre el estado/ de qué nación de qué literatura y hambre/ y pueblo habría que hablar/ el tío Paco como un pan lleno de sol/ un poco cruel, un poco de agonía de flor/ roja en su canción/



LOS ABISMOS DE CORNATEL


—Es imposible no pensar en nuestras ruinas arqueológicas cuando se está en este café.
    Ha dicho Martina, ojos azules, arqueóloga en paro, antimonárquica, antisistémica, indignadísima.
—Mi imaginación es hoy una caída, el derrumbamiento de un castillo de leyenda.


    Martina, melena rubia como un crisantemo demente, gestos y ademanes de consumada actriz, un poco friki, ha venido en su motovespa desde Valtuille, donde vive con su madre. Martina trabaja algunas noches de camarera para una señora muy rica y tuberculosa de Arganza, que se llama Beatriz y escribe en carteras verdes de seda sus pensamientos y sus desvaríos.
—La casa colgante o colgada del castillo de Cornatel está que se cae, tío, se cae mañana y aquí no pasa nada, hostia.


  Martina, neorromántica empedernida, medievalista aquejada de nostalgias preindustriales, me propone subir hasta la fortaleza de Cornatel y arrojar desde el vértigo de sus aspilleras una rabiosa protesta política contra los responsables de su desplomación.
    Rondan por aquellos montes muchos mastines, Martina, mastines muy ceñudos y agresivos, le he dicho. Ni Tirso, el pastor, es capaz de arrodillarlos.
    Y Martina, teologal como un país que nadie conoce, se ha quedado mirando por el ventanal del oeste la mole del castillo de Cornatel iluminada por los rayos del sol, los despeñaderos de alrededor cubiertos de vapores, esos precipicios que por su hondura y oscuridad el Bardo de la Niebla comparara con el Valle de la Muerte... Mira Martina sus resquebrajadas piedras templarias y envidia sus palpitaciones, sus venas abiertas al asombro del lago de Carucedo, las brumas de poesía que emana de su geológica soledad.
—¡Tendrá que matarse algún artista para que actúen los cachalotes de la Junta!


     Desde tan sublime atalaya en ruinas es sobrecogedora la liturgia del invierno en nuestra atlántica república, Martina. ¿Y qué podríamos hacer con los responsables de la derrumbación de su casa colgada o colgante, del resplandor último de sus huesos contra el abismo? ¡¡¡Majaderos insensibles a la música transvanguardista y ancestral del castillo de Cornatel!!!
    Martina con el grito de los indignados en la punta de su lengua, Martina como una amazona embravecida disparando maldiciones contra los burdos escalatorres de la Junta... Cálmate, Martina, que con esos gestos te me pareces a la Dama Verde de Caerphilly, aquella mujer-espada que tomaba la forma de la hiedra cuando vagaba por los fortines abatidos y en sus pechos se posaban sólo grajos... 


—¿Por qué no vamos a Cornatel, joder? Montamos allí una gorda y a ver qué pasa.
    Martina del Valle, camarera de doña Beatriz de Arganza, rubia como un crisantemo demente... ¡¡¡Arranca esa motovespa!!!


AMOR, POBREZA Y CARNAVAL

     Sobre las fiestas del Amor y el Carnaval habría varias cosas que decir/
    que un tercio del país vive en riesgo de pobreza o exclusión social/ 
      que todo el mundo está con la mierda de la evasión fiscal/ en las bellísimas montañas de Andorra y de Suiza/ y en las mancebías de las Islas Vírgenes/ y de las Islas Caimán/ se va el caimán se va el caimán/


     que los bares analógicos y solitarios de las nueve/ de la noche están ladrando de hambre/ de pollo y de ternera y de pescado del Cantábrico/ el mar más honrado y más místico de todos los mortales/
      que la única materia lírica es entonces el fulgor/ de los trenes que parten hacia el oeste/ y esos caballos blancos que galopan por el Sil/ el reflejo psíquico del desgobierno nacional/
      y con el asunto de calentar cada día/ su vivienda la señora Emilia se pasa/ la mañana preguntando por el barrio/ si otra vez han subido la bombona/ de butano y las bombillas de la luz/ paralítica más que loca está ya esta señora/ con los pelos de punta gritando en la vía pública que vivir/ de esta manera es como vivir en un estado de terror/


    de modo que la desnortación económica/ y política que padecemos es descomunal/ amigos vagamente idealistas y soñadores/ qué hacer con esa ralea de patriotas/ desalmados que han ensuciado y volverían a ensuciar el paisaje/ filológico de nuestra coexistencia democrática/ qué vergüenza qué canallas ocultando/ sus ingresos monetarios en esos emputecidos/ paraísos de la defecación fiscal/ Islas Vírgenes Islas Bahamas Islas Turcas Islas Caimán la hostia/
      Volviendo a la celebración del Carnaval y el día del Amor/
   para quienes a lo sumo hemos defraudado/ a nuestra propia juventud/ es cada día más difícil conseguir/ el amor de una gacela transparente/ de una valquiria a la temperatura de las gatas domésticas en flor/ evitar que nuestra imaginación eleve su terrible/ presencia a la categoría de los sueños clandestinos/
   cada día más difícil asimilar este nuevo/ estado hipertrófico de la economía liberal/ que ciertos filósofos franceses tiernamente denominan/ capitalismo artístico transestético/ asimilar que un tercio del país/ malvive en riesgo de pobreza/ que las altísimas tasas de miseria/ son una conspiración más que una elegía interminable/


     de modo que al caer la noche/ se presenta en el café de Enrique Gil/ el Herrero de su fabulación/ famoso cabecilla de una banda/ de proscritos e indigentes del Poniente/ portando una pancarta gigantesca/ y como preguntando a Dios si existe/ “¿Quiénes en este reino son realmente los bandidos?”/


DON ÁLVARO DE BEMBIBRE


    Desde esta lumbre de café/romanticismo la rotunda blanquedad de ahí fuera se transforma en el señor de Bembibre cabalgando en su Almanzor hacia el castillo de su sueño. ¡Oh qué buen mantenedor del sacrosanto botillo hubiera sido don Álvaro de Bembibre! Caballero del Temple enajenado, peregrino de las brumas del alba, todas las aves de la República de Almendros están glosando su tribulación, y él solo frente al Sil...


    Esta morbosidad de huesos que chirrían, don Álvaro, esa nevedad con que duele menos nuestro barrio estropeado, nuestra ciudad entumecida, y estos atardeceres de febrero que tienen algo de la alucinación de las antiguas baladas nórdicas... Y sin embargo hay muchos portales a los que aún no les ha llegado ni siquiera un gramo de política social.


   Siéntese, don Álvaro, y comparta con nosotros las cosas más simples de esta vida: esta luz escasa, esa nube tuberculosa, la sonata para piano a cuatro manos... Viene usted con cien crepúsculos a cuestas y un pedazo de locura que espanta, y todavía se atreve a preguntar por el jodido porvenir del Bierzo y cómo nos ha ido desde entonces... En un Bierzo sin botillos ni castillos templarios, don Álvaro, los jabalíes se pondrían a mear contra los patios litúrgicos y los urogallos llenarían de burdeles el Valle del Silencio.


   Hoy no se embarcaría hacia el ocaso del Temple, don Álvaro. Hoy militaría usted en el Anarquismo Lírico Surresistencial, con ese semblante de bardo del noroeste hablando en lengua atlántica con los cantos de los ríos. Atrás parece que ha dejado la mujer pálida que lo enloqueció, aquel amor tan desastroso como la esquizofrenia de un lirio, aquella su mirada de heroína precaótica con algo de la triste perfección de un poema de Petrarca.


    En realidad parece usted un romántico germánico, con esa marca del exilio que arrugará siempre su frente y ese gesto al beber de artista neurasténico septentrional. Conocerá entonces la genialidad del suicidio, la lógica expresionista de la autodestrucción. Y no se moleste, don Álvaro, si le digo que en sus ojos aún brillan los venenos que en su largo viaje debieron darle a beber las manos de santas prostitutas arqueológicas. 

    A estas horas, en este café de Enrique Gil, uno comienza a hablar con corazón de diablo trastornado... pero con voluntad de reformarlo todo. ¡Oh qué gran mantenedor del todopoderoso botillo hubiera sido usted, don Álvaro Yáñez, señor de Bembibre y de las montañas del Boeza, caballero del Temple enajenado!