Iniciaremos el viaje del invierno con el alma bien abierta,
no solo saludando a los ríos que buscan los declives del sur, sino también a
las cumbres nevadas de la cordillera Cantábrica, nosotros, los que habitamos
los durísimos interiores del Noroeste Atlántico... Porque vivimos en el
manantial del frío, una tierra que bien podría haberse llamado Región de
Invierno.
Llegaremos a su lumbre y, después de sacudirnos la sal que
arrastren nuestros labios, hablaremos de las semillas que arrojaron los muertos
del carbón en los valles del Bernesga, y de los cereales abandonados en casi
todas las colinas y de esos rebaños de ovejas que vagarán balando de entusiasmo
por las riberas del Esla y el Órbigo y el Porma... Será largo y épico y
subversivo el invierno que alberguemos. Porque es probable que continúen
subiendo el coste de la luz y el precio de las libertades y el valor de las
canciones de la redención.
Y sin embargo tendremos como siempre el invierno más áspero
y más hermoso del mundo. ¿No deberíamos entonces revolver las brasas de las
hogueras con las manos juntas? ¿No deberíamos hacer recuento de las estrellas
que hayamos conquistado para proseguir unidos el rumbo de las insurrecciones? Recordad
que en el mapa de todos los inviernos existe también un lugar donde los mirlos
comentan con la nieve lo desgraciadas que deben de ser las auroras para los
condenados al hambre.
Las viejas heladas, los cielos más estrellados, el humo de las
chimeneas campesinas... Ya sabéis, amigos, lo que es un invierno por dentro.
¿Quién no ha tropezado contra una sombra en la estancia de los cajones colmados
de melancolía? ¿Quién no ha sentido en lo más íntimo de sus huesos la aguja de
la desesperación invernal? Sí, también durante este invierno aparecerán entre
sus nieblas los mutiladores de utopías y otros alquimistas vaticinando la progresiva
desvalorización de las fábulas y de las imaginaciones.
Pero si una madrugada de invierno un viajero llegara... Pues
le saludaremos como a esos guardabosques que vigilan el sueño de los rebecos y
las águilas imperiales. El invierno aquí, compañero, es geografía que aúlla y
lumbre que se aviva al amor de los cuentos. Asómate, compañero, al huerto que
oculta bajo la escarcha la sangre de los objetos difuntos. Y háblanos luego de
las rarezas de ultramar, de las iluminaciones y las bellas teorías que allí
brotan... Te escucharemos con el alma bien abierta y revolveremos las brasas de
la hoguera con las manos juntas. Porque vivimos, compañero del alba, en una tierra
cuyo nombre se pronuncia entre nosotros Región de Invierno.