Entre tanto
Sespir y Quijote celebremos estos días y por todo lo alto los aniversarios de la Muerte del Soberano
Absoluto del Reino de Macondo y la
Ascensión del Bardo del Burbia a la Cábila Celestial.
Palpitando están los contrasoles de Colombia y los meteoros de Villafranca del
Sueño.
Allá arriba
con los cuentos y poemas de Antonio Pereira construirán los vates olímpicos un
canto monumental “que ningún viento volverá pedazos”. Y por delante de su
terraza pasará cuanto soñó que pasaría cuando tenía una casa junto al mar, las
mujeres más altas de soñar en los insomnios, y barcos cruzando la bahía
cargados de pañuelos y caballitos de tierra y mar trotando por la arena...
Andará ya
el Cuentista enarbolando fuegos como pudores, como si hubiese renacido frente
al Burbia del Otro Barrio, con los brazos abiertos al Poniente de Dios. Tendrá
su momento glorioso seguramente a las ocho de la tarde al cantarles a todos su
Poética, para hacerles saber que “es un crimen de lesa poesía exprimirle a la
almendra del verbo su licor y entregarlo a los indiferentes”.
Y habrá que
imaginar la cara de ciruelos que pondrán los bardos de ultratumba cuando
escuchen al maestro declamar: “Retén el aire en el pulmón florido hasta la hora
en que tu canto sea disculpado por la necesidad, no vayas a jurar el verso en
vano”.
¡El aplauso
del Dios-Verso será tan grande como una bahía!
¡Los cuentos que les crecieron aquí entre sus resoles y el temblor de países que
quisieron tanto! A su lado estará el mago Gabo como un sonámbulo del tiempo
feliz leyéndoles sus increíbles historias veniales de amor, sus relatos sin
fronteras y sus cuentos peregrinos y más cuentos del Caribe y el Noroeste
mágicos...
Allá que aparecerán entonces Nabo, el negro que hizo esperar a los
ángeles, y el rostro alucinado de Isabel viendo llover en Macondo y el de
aquella mujerzuela que llegaba a las seis al restaurante de José --“te quiero
tanto que todas las tardes mataría al hombre que se va contigo"--, y la espalda
de Elisa, la interminable espalda erótica de la prima Elisa, “no te asustes,
Ramón, que en llegando a ese alto se ve hasta América”, y las manos de Blacamán
el bueno, vendedor de milagros, y los pechos de la barbera alemana…
¡Y el
aplauso del Dios-Cuento será entonces tan grande como un volcán!